Hoy nuestra comunidad parroquial ha vivido una experiencia profundamente significativa al visitar el Cotolengo con motivo del Año Jubilar. No ha sido solo una actividad más dentro de nuestra programación pastoral; ha sido un encuentro transformador, un espejo que nos devuelve la verdad del Evangelio vivido con sencillez y amor.
Desde el primer momento, la ternura nos envolvió. Los gestos pequeños, las miradas limpias, las sonrisas que nacen… todo nos recordó que la grandeza del ser humano no reside en la fuerza, ni en el reconocimiento, ni en la autosuficiencia, sino en la capacidad de amar y dejarnos amar. Allí, entre los últimos y los frágiles, descubrimos lo esencial: cuando nos hacemos pequeños, es entonces cuando somos verdaderamente grandes.
Nuestra visita al Cotolengo ha sido un despertar interior. Ha movido nuestros corazones hacia la compasión, hacia ese impulso que no se queda en sentimiento, sino que se convierte en cercanía, servicio y humanidad compartida. Hemos experimentado que Dios se manifiesta en quienes el mundo no mira, y que el Evangelio se hace carne donde alguien cuida, acompaña, limpia, alimenta, consuela y abraza. Y es lo que agradecimos en la celebración de la Eucaristia.
Como parroquia de San Joaquín y San Jaume, esta jornada marcará nuestra memoria y nuestro camino. Hemos recibido una enseñanza silenciosa pero poderosa: la santidad crece en lo escondido, la fe florece en la entrega, la esperanza se alimenta al compartir la fragilidad.
Que esta visita sea semilla.
Que esta semilla germine en obras.
Que estas obras sigan construyendo Reino.
Agradecemos la acogida a las hermanas y seguimos rezando por ellas.














